“Que momento tan catártico”
Una anécdota escrita por un cliente.
Siempre he sido entusiasta de las emociones profundas. De ir por la vida experimentando cosas nuevas, gente nueva, lugares nuevos. Sin embargo, en muchas ocasiones, no importa que tantas cosas nuevas vivas, nos aferramos al pasado, nos aferramos a una versión de la vida y de nosotros mismos que ya no existe. Y ese pasado puede estar compuesto de muchas cosas, pero en mi caso, son personas.
Nunca he creído en las coincidencias. Todas y cada una de las personas que llegamos a conocer tienen algo que enseñarnos, o nosotros a ellos. Nada pasa por que sí. Pero al mismo tiempo, así como esa gente llega a nuestras vidas, se tiene que ir.
Todo comenzó mientras estaba en ‘lunch time’. Me senté en una mesa en la que Diego estaba, y me preguntó como estaba. En efecto, yo no estaba bien y no quería hablar de como me sentía. Pero la forma en la que él me lo preguntó me hizo quererle decir lo que estaba pasando en mi vida. Y eso no sucede muy seguido.
Me vibro chido… me dio confianza instantánea, y me mamó como empezó toda la aventura. Fue un simple “¿cómo estás?”, con la sorprendente respuesta: “te quiero contar mis pedos”.
Por tanto tiempo llevaba cargando con mi pasado - llevaba castigándome por los errores que alguna vez cometí. Fue increíble que con una simple conversación haya tenido tal catarsis.
Cuando Diego me dijo que el cuerpo nos habla, que el cuerpo tiene su propio lenguaje, y que simplemente necesitábamos escucharlo. Me dije a mí mismo “nunca he escuchado a mi cuerpo”. Cuando llevamos la conversación hacia la compasión empecé a notar que los músculos alrededor de mis ojos se sentían de una manera extraña, no entendía que era lo que mi cuerpo quería que hiciera con mi rostro. Entonces él me dijo que a veces tenemos que jugar con nuestro físico para descubrir que quiere que hagamos. Empecé a jugar con mi rostro, muecas, expresiones, etc. Y cuando sonreí, dejé de sentir esa extraña sensación en mi rostro, mi cuerpo solo quería una sonrisa. Comencé a llorar al instante. Sentía felicidad; me había perdonado. Me abrazaba a mi mismo de una forma amorosa y sin dejarme ir.
En el momento en que escuché a mi cuerpo y empecé a materializar las emociones, justo en ese momento fue cuando entendí todo. Entendí cuál era la razón por la cual me sentía de cierta manera tantos años y dije en voz alta “Ya no necesito sufrir más”. Mi cuerpo solo quería que yo sonriera, fue irónico que después de tanto sentir dolor y tristeza, solo necesitaba tener compasión hacia mí mismo.
Me di cuenta de que nunca me permití perdonarme en toda mi vida, pensé que la única manera en la que yo podría aprender “una lección” era castigándome y haciéndome sufrir para nunca olvidar mis errores. Y todas las personas con las que me he involucrado emocionalmente, han sido eso, una manera de castigarme, porque yo fui el que las escogió. Inconscientemente yo quería sufrir.
Cuando experimentas algo así, algo dentro de ti cambia. Como si prendieras un interruptor que llevaba apagado un largo tiempo y olvidaste que estaba ahí. Pero que no está apagado porque tiene que estar así, sino porque tú decidiste apagarlo. Y cuando tomas cartas en al asunto, cuando te enfrentas a ti mismo, cuando encaras tus demonios y los aceptas, ese interruptor se prende.
Fue difícil dejar ir el pasado, porque maté una versión de mí mismo, pero de eso trata este desmadre, ¿no? De seguir reinventándonos sin importar lo que nos pase en la vida. Al final del día el pasado solo es una historia que nos contamos, y no es más que eso, una historia. Y nunca es demasiado tarde para ser lo que hubiéramos sido. Si esperamos hasta que estemos nos sintamos 100% preparados para hacer un cambio, esperaríamos toda la vida. Así que es el tiempo perfecto para hacer un cambio es ahora.
Siempre se encuentra lo que no se busca y yo me encontré a mí mismo esa noche…